Testimonio y llanto de una
víctima de secuestro
El hombre está sentado frente a
una docena de micrófonos, pero da la espalda a un grupo de reporteros.
Está vestido como militar y trae
un pasamontañas para que no se le identifique.
Guarda sus manos entre sus
piernas y mueve nerviosamente sus pies calzados con zapatos deportivos.
Es mediodía y el sol radiante se
deja ver a ratos y en otros momentos se esconde.
El hombre se encuentra dentro de
una sala oscura que le recuerda un poco a los ocho días que pasó cautivo en una
casa de la calle Monte Líbano del fraccionamiento Residencial Lomas, en el
distrito La Mesa, en la ciudad de Tijuana.
El individuo, de estatura y peso
medianos, comienza a relatar su secuestro.
El dolor y el llanto
constantemente interrumpen su historia; no es para menos, las imágenes que
evoca lo llevan otra vez al terror que sufrió.
La noche del pasado martes el
Ejército Mexicano liberó a este hombre y en el operativo fueron detenidos dos
sujetos, uno de ellos identificado como Luis Alberto Salazar Vega, un criminal
relacionado con el homicidio del conductor de televisión Paco Staley en 1999 y
quien se había fugado de la penitenciaría de La Mesa en 2005, tres años después
de que lo habían apresado por otro secuestro.
Alguien pregunta en la sala que
relate su experiencia. El hombre empieza su historia, que parece servirle
también de desahogo y catarsis.
“Yo estaba vendiendo un carro en
una avenida muy transitada, aquí en Tijuana. Un muchacho se acercó a verlo. Me
dijo que si lo podía mostrar, le dije que sí. En eso él se metió y con una seña
de brazo le habló a otro que venía en el carro donde se había bajado. Le dijo
que viniera, en eso (llora), cuando volteo, sacó una pistola y apuntó a mi
cerebro, a mi cabeza, diciéndome que esto era un asalto, que me tirara al suelo
y que hiciera caso. En eso, la otra persona entró al carro y me puso las
esposas. El que me sacó la pistola fue al volante del carro y lo prendió.
Manejó por unas cuadras, mientras mi hijo, que estaba conmigo, estaba dormido
atrás del carro. Pasaron como cuatro minutos, pararon el automóvil, me subieron
a una Van (camioneta), con las esposas por detrás, agachado y con la sudadera
que yo cargaba me la pusieron en mi cabeza para que no los mirara, y dejaron a
mi hijo solo en el carro, mi hijo de cuatro años (llora). Yo les decía: “mi
hijo, mi hijo”, y ellos: ‘Cállate, a tu hijo no le va a pasar nada’.
“Sentí que pusieron el carro en
marcha y me llevaron a una casa muy cercana de ahí, porque yo noté unos cuatro
o cinco minutos, quizás. Ya estando en esa casa, esposado, tirado en el suelo
dentro de una Van, me dijeron que cooperara con ellos, que si no me iba a ir
muy mal. Me dijeron un montón de palabras. Yo les dije que era la persona
equivocaba (llora), entonces me empezaron a golpear, me patearon, me golpearon
con un rifle o algo parecido. En unos instantes llegó otro carro, parecía que
mencionaban a un tal comandante. A los pocos minutos abrieron la puerta del garaje,
donde estaba estacionada la Van y de ahí nos fuimos a otra casa, donde estuve
ocho días amarrado a una cama.
“En esa casa me pidieron que
hablara con mi esposa y que le dijera que por favor cooperara y que dijera que
yo estaba bien, que no fuera a denunciar ni a la policía ni al ejército, de lo
contrario más rápido sería mi matanza y la de mi familia. En eso ellos me
quitaron mi radio Nextel y pudieron comunicarse con mi esposa. De ahí ya no
volví a oír la voz de mi esposa. No sé cómo ni qué negociaron.
“Mientras llegábamos a la otra
casa, ellos utilizaban radio, que para mí se escuchaba como los de la policía,
entre ellos y otro carro. Por fin llegamos a la otra casa donde me
secuestraron, me bajaron agachado, me llevaron hacia un pequeño lugar, después
me di cuenta que era un ropero. Me tiraron al suelo, me esposaron de mi brazo a
la cama. Luego, no podía pararme, me vendaron los ojos, me dieron otra
‘calentada’. Me dijeron que ahí había reglas, que tenía que seguirlas, que si
no era así, ellos me iban a poner las esposas en mi espalda.
“Como tenía los ojos vendados, me
acordaba de mis hijos, empezaba a llorar y al ratito me limpié los ojos por
debajo de la venda, y parece ser que ellos nomás estaban mirándome haber qué
hacía, porque en eso me patearon y me dijeron que no tenía que hacer eso. Me
pusieron las esposas en la espalda. Duré así un día, tirado en el suelo,
bocabajo, esposado por detrás.
“Al día siguiente me quitaron las
esposas, me las pasaron para enfrente y continué amarrado de mi brazo derecho a
la cama, que era como un colchón individual con el armazón de fierro.
“En esos ocho días me daban de
desayunar un taco de tortilla de maíz con huevo y a veces con salchicha y
frijoles. Mi botella de agua, que a los dos días parece ser que se les acabó y
me dieron agua de la llave, pues sabía muy mala. Ese era mi desayuno y hasta la
diez de la noche – me daba cuenta de la hora porque les gustaba mucho oír el
noticiero – me daban mi otro taco y agua natural. Conforme pasaron los días,
después de pasar ese infierno, mi desayuno y cena eran prácticamente lo mismo.
“Pasaron ocho días, le pedía a
uno que me dijera cómo estaba mi situación, que cuánto habían pedido de
rescate. Me dijo que no podía decirme nada y que ni le dijera nada de eso al
mero de aquí, porque lo iba a hacer enojar.
“Estaba sin informes hasta que de
pronto ayer (martes 6 de abril)… Estaba seguro que me iban a matar, segurísimo,
segurísimo (llora)… Cuando ellos se comunicaban con los que me vigilaban las 24
horas, sentía que uno de ello se iba y luego regresaba otro; hablaban en voz
baja, quizá para que no les entendiera o como precaución de ellos mismo si
alguien se acercara.
“Más ayer (martes) que, según
para mí era hora de dormirme, no podía. Yo digo que en los ocho días que estuve
ahí a lo máximo dormí como unas cuatro horas, porque también sufro de sueño,
con cualquier ruidito me despierto al instante. Ellos, cuando se turnaban para
dormir, en cuanto oían un ruido mío se despertaban y sentía que ya iban a
golpearme. Varias veces así lo hicieron. Ya ni sabía qué hacer.
“Como a las ocho o nueve de la
noche, todo estaba muy en silencio, demasiado en silencio. Ellos hablaban muy
despacito, como siempre, para que no escuchara. De repente (llora)… Entraron y
dieron un balazo fuerte, muy fuerte. A mí me asustó, me encomendé a Dios, le
pedí que cuidara a mis hijos, que yo ya había vivido, que a ellos les
permitiera vivir más. En eso se oyeron muchos golpes, muchos ruidos, y yo atado
a la cama, como abandonado, solo.
“Escuché más ruidos y golpes,
noté que era algo anormal para esa casa que siempre estaba con mucho silencio.
Rápidamente mi cuerpo comenzó a temblar y yo levanté un poco mi brazo que tenía
amarrado y mi cabeza, para que me miraran (llora).
“Para mi gran sorpresa un hombre
me dijo: ‘Estás liberado por el Ejército Mexicano’. Yo no me lo creía, dije:
‘No, es mentira’, porque creía que eran un grupo de ellos, que me matarían. Me
dijeron: ‘Mira, tranquilízate’. En ese instante escuché más voces, habían más
personas, no sólo él. Sentí, a través de la venda, que me tomaron fotos, no sé
si me grabarían un poco estando en el suelo, a un lado de la cama.
“Pero como al minuto y medio se
volvieron a identificar los del ejército especial y me dijo uno: ‘Ya te dije,
estás liberado, relájate’. Me quitó la venda despacio y vi que estaban
uniformados como el ejército, como se ven en las calles y en la televisión.
Empecé a llorar, me dijo: ‘Ya no llores, estás liberado’. Yo le dije: ‘Me estoy
desahogando’.
“A los pocos minutos encontramos
mi ropa que me habían quitado, ellos me habían puesto otra. Empecé a ver las
cosas de diferente forma, alcancé a ver unos que hablaban en voz baja que
tenían detenidos en otro cuarto, que al parecer eran los que me cuidaban.
Estaban tirados en el suelo con muchas cosas destrozadas y tiradas por el
ejército para poder rescatarme.
“El siguiente paso mío es
retirarme de una ciudad que me vio crecer, donde construí un patrimonio de mis
hijos. Tenemos que irnos por nuestra seguridad. Gracias a Dios tenemos adonde
irnos…”.
El relato del hombre llegó hasta
aquí, alzó su brazo y lo agitó, como diciendo ya no me pregunten más y rompió
en un llanto ininterrumpido.
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